Receta de fabada nº 1, la del Rockero en “Crucita y yo”.   Leave a comment

 
Uno de aquellos días Crucita cometió la imprudencia de decir a Monticola lo siguiente.
–Oye, ¿cuándo nos vas a hacer una fabada? Llevas años diciéndome que vas a hacer una y aún no la he probado.
… y entonces el Rockero hilvanó una de las suyas.
–Hacer una fabada es muy fácil, escúchame bien, yo sólo te digo tres cosas: las fabes deben brillar. Si su piel es mate te han engañado, te han vendido del ejercicio anterior; esa es la primera… Oye, ¿no me has dicho que te lo cuente? Pues escucha. ¿Tú sabes qué es un cerdo granillero? Pues es el cerdo que necesitas, un cerdo que se ha alimentado de las bellotas y castañas caídas en el suelo; esta, la segunda. Te costará encontrarlos, pero cuando tengas ambos ingredientes, ya puedes ponerte a cocinar. Con un poco de cebolla, otro poco de ajo y unos chorros de aceite de oliva, no puedes fallar, te quedará bien hasta el pantruque. Y al final, cuando vayas a servirla, ten en cuenta que las fabes se sacan a la mesa en una sopera del siglo XVIII, una sopera del Barroco; si no, no es lo mismo… ¡Ah!, y la tercera, que se me olvidaba. Si se toma café debe ser de puchero, y, en plan de rizar el rizo, es mejor tomarlo por el culo; hace muchísimo menos daño. Sí, no os riáis. El café, a partir de ciertas edades, es mal admitido por el estómago y se debe tomar directamente a través del intestino grueso en forma de lavativa. ¿Os seguís riendo? Bueno, ya os enteraréis de mayores de lo que vale un peine. ¡Qué atrevidas sois las jóvenes! Sin embargo, aquí no vamos a hacer una fabada. Mejor vamos a hacer unas verdinas con andaricas, que son mucho más digestivas. ¿Tú qué dices?
–¿Yo…? Que sí, claro. ¿Cuándo las hacemos?
–Pues si queréis, mañana. Vamos a un sitio que sé yo, compramos todo, y mañana… Pero para comerlas pasado, ¿eh?
–Bueno, como usted diga; nos las comemos pasado.
… y cuando al día siguiente estábamos en la cocina guisando…, vamos, yo mirando, la niña con delantal y ayudando y Monticola con sus manejos, él trajo dos libros y, dirigiéndose a Crucita, dijo,
–Ya sé lo que tú eres, lo he encontrado mirando un libro de cocina y luego el diccionario. Mira, aquí lo pone, escucha. Tú no eres una gallina de Guinea como tú te crees, ni tampoco una cigüeña. No, mujer, lo que tú eres es una chachalaca.
–¿Una chachalaca? ¿Y eso qué es? –y Monticola, todo seguido, leyó,
–Pues una especie de gallina americana de color blanco parduzco, larga cola de ostentosas plumas amarillentas y ojos rojos; además lleva cresta, es muy vocinglera y su carne es delicada y sabrosa. ¿Lo ves? Igual que tú.
… y Crucita se moría de risa.
–¿Una chachalaca? ¡Huy, qué tonto! ¡Pero si te has confundido…! Lo que tú has dicho es un chocholoco, doctor, que no te enteras.
El verano que narro lo pasamos bien. Fuimos a la playa, claro, y a los chigres…
–¿Eso qué es?
–¿Los chigres? Pues un chigre es una sidrería en mitad de un prado; además, suelen dar queso.
–¡Ah, ya!
… y a todas las romerías que nos salieron al paso, y en una vimos un streaptease, que con un acompañamiento de música ruidosísima hicieron un chico y una chica encima de un escenario. Los del pueblo estaban con la boca abierta, y Monticola me dijo, qué, ¿son profesionales estos, o aficionados?, y yo torcí la cara, pues bueno…, más bien aficionados, pero no se les da mal,

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